Recorrimos con un disfrute total las calles de la Villa 25 de Agosto. Cada pared pintada está cargada de vida. Tiene latidos propios. La mano de las artistas, orientadas por Leo, “la Francesa”, muestra el pasado, el presente, la realidad y la fantasía.
Lo vi. Lo reconocí. No pude disimular con un grito de explosión: ¡es el Beto Caraguatá!
Allí estaba montado en su rosillo, con sus galas de trabajador rural, amigo de los rodeos y de los niños.
Ese mural me atrapó porque ese hombre es amigo de mi nieto Agustín. Yo no lo conozco en persona, pero sí, intuyo su carácter, su bonhomía, su caminar lento y la sabiduría que le da la madurez.
Agustín lo conoce bien porque han compartido domas, artes ecuestres, fogones y asados.
Cuando compartí las fotos del recorrido con mi familia cerré mi circuito poniéndole nombre, oficio y vivencias a ese jinete.
Y completé mi emoción paseandera y crítica de arte al ver la fachada con personajes músicos.
Rubia, esbelta, sentada frente al teclado de un piano, toda rodeada de barrios parisinos estaba Susana. Ella, mi profesora de guitarra, alegre, comunicativa, amiga que acortaba la distancia docente y alumna.
Allí estaba Alejandra mi vecina progreseña, tocando el trombón de vara.
Es que las calles de la Villa 25 de Agosto presentan personas de carne y hueso y los murales los reciben en toda su magnitud.
He tomado este lugar del departamento de Florida como paseo inevitable de las cuatro estaciones. Las aguas del Santa Lucía, su parque, su festival de Tres Orillas, las bicicleteadas en invierno por las calles tranquilas, invitan a disfrutar colores, sonidos, vivencias de los pobladores.